Stradivarius y el origen del violín
Bs 06x19 · 23min. · 02/06/21
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Si te digo que gobiernos, bancos, e instituciones de todo el mundo gastan cantidades ingentes de dinero para adquirir productos de una marca en concreto, seguro que lo primero que piensas es que se trata de algún fármaco, alguna revolución tecnológica, o incluso armamento. Pero si te confirmo que se trata de una marca de instrumentos de cuerda que ni siquiera existe en la actualidad, Stradivarius, seguro que te hago torcer el gesto ¿verdad?.
Pues sí, la legendaria marca de violines de Cremona, Stradivarius, se ha convertido con el paso de los siglos en uno de los productos más cotizados del mundo. Y, sin duda, en un objeto que sólo se puede permitir el 99,99% de la población. Muchos ricos no pueden permitirse un Stradivarius porque cuestan entre 2 y 4 millones de euros. El ejemplar más cotizado se vendió en 2011 por 14 millones de euros. Y en junio de 2014 la casa de subastas Sotheby’s puso a la venta la denominada viola “McDonald” de Stradivarius, cuyo precio de salida fue 33 millones de euros, pero no hubo pujas.
Con esta horquilla de precios es lógico que los músicos no puedan permitirse tocar el que es considerado el mejor instrumento del mundo. Por eso instituciones como la taiwanesa Chi Mei Corporation (el mayor fabricante de plástico del mundo) se han dedicado a comprar Stradivarius por todo el planeta para ponerlos a disposición de los músicos más prometedores de su país.
Seguro que ahora mismo estás pensando… ¿pero cómo puede ser tan caro un simple violín?. Y esta pregunta me obliga viajar en el tiempo hasta la Italia del siglo XVI para contarte el origen de este instrumento.
En aquel siglo el Renacimiento daba su último estertor y empezaba a fraguarse lo que en el s. XVII sería el Barroco. Este periodo, también llamado Manierismo, cobró forma sobre todo en el Cinquecento italiano, es decir, entre las décadas centrales y finales del siglo XVI. Por lo tanto eran los años de Miguel Ángel, Tiziano y Tintoretto, en las artes plásticas. Y en lo referente a la música principalmente del cremonense Monteverdi. Ya verás cómo no es la única vez que te hablo de la villa de Cremona.
Eran tiempos en los que los músicos reclamaban nuevos instrumentos para expresar emociones con virtuosismo. Esto hizo que muchos constructores de instrumentos y violeros iniciaran el eterno camino hacia la perfección. Uno de estos expertos fue Gasparo Bertolotti, uno de los primeros lutieres del mundo. Bertolotti dejó un registro minucioso de cerca de 80 instrumentos originales, entre ellos lo que hoy conocemos como violín moderno. Pero pese a la unanimidad que hay entre los musicólogos de atribuirle a Bertolotti la invención del violín, este instrumento no se puede concebir sin la evolución de otros instrumentos de cuerda frotada de la Europa mediterránea sometidos a la cultura árabe desde el medievo. Me refiero, por supuesto, al laúd castellano, el rabel, la lira bizantina o la viola da gamba.
Tras la invención del violín y todo el trabajo de investigación desarrollado por Gasparo Bertolotti el oficio de lutier empezó a expandirse por todo el país. Y curiosamente se centralizó en una pequeña villa de Lombardía situada entre las costas de Venecia y Génova, Milán, y los Alpes italianos. Estaba cerca de las grandes ciudadelas que conglomeraban el comercio y donde vivían las familias más ricas del norte de Italia, que eran las que demandaban sonidos e instrumentos novedosos. Esta villa era Cremona, y en poco tiempo sus violines adquirieron fama mundial. Era una fama muy merecida porque realmente fabricaban los violines que mejor sonaban y esto era gracias a tres linajes de lutieres que se fueron alternando la maestría de este oficio.
La primera referencia escrita que tenemos de un violín corresponde al año 1523 y aparece en las cuentas de la Tesorería General de Savoya. Pero fue Andrea Amati quien estableció las bases de la que es considerada la Escuela de Violines de Cremona. A él se le atribuye el violín de cuatro cuerdas más antiguo del mundo, creado en 1560 para el rey Carlos IX de Francia. Andrea Amati fue quien redujo el diseño de la viola y le dio nombre con el diminutivo “violino”, que es violín en italiano.
Su legado se extendió durante cuatro generaciones de la familia Amati y fue sucedido por tres generaciones de la familia Guarneri, que a su vez dio paso a la hegemonía absoluta de la familia Stradivari, hasta su desaparición en 1737. Estos tres lutieres son considerados los mejores de la historia. Curiosamente, o no, convivieron en el espacio y tiempo porque ejercieron su profesión en los mismos años, en la misma ciudad, e incluso en la misma manzana.
La Escuela de Cremona se caracteriza porque, incluso hoy, cada instrumento es fabricado a mano. Cada violín está formado por más de 70 piezas de madera distintas y cada una de ellas precisa una técnica específica que se adapta en función de las respuestas acústicas que presente dicha pieza. Por esta razón es imposible obtener dos violines totalmente iguales. La calidad de los violines de Cremona no se ha conseguido igualar más de 300 años después, ni con los avances científicos y tecnológicos de la actualidad.
Antonio Stradivari nació en Cremona en 1644 y siendo muy joven entró como aprendiz en el taller de Nicolò Amati para aprender un oficio que estaba al alza. Amati vio que aquel jovencito tenía un don especial fabricado violines, tenía ideas muy buenas y sobre todo comprendía la madera como nadie de su taller. Finalmente el aprendiz superó al maestro y en 1683 Stradivari abrió su propio taller en la Piazza San Domenico de Cremona… en el mismo edificio que su maestro. ¡Con dos bemoles! (Nunca mejor dicho).
Stradivari fue afianzando su fama entre los nobles de la época y su apellido se convirtió en sinónimo de excelencia y calidad dentro de la escena musical de finales del s. XVII y comienzos del XVIII. Esto fue así porque todas sus piezas iban firmadas con la siguiente frase: “Antonius Stradivarius Cremonensis”, seguida del año de fabricación. Todas las cortes europeas querían que sus músicos tuvieran un Stradivarius porque su sonido era indiscutiblemente el mejor. Así empezó a crecer la leyenda de los mejores violines del mundo.
El taller de Stradivarius fue con diferencia el más prolífico, en buena medida porque Antonio fue el lutier más longevo de Cremona. Falleció en 1737 con 93 años y firmó su último violín dos años antes de fallecer. Su legado consta de cerca de 1.100 instrumentos de los cuales en torno a 650 se conservan en la actualidad y 512 son violines. Y si tenemos en cuenta que se tarda un mes en crear un violín, podemos decir tranquilamente que se tiró toda la vida currando.
Tras su muerte el taller de Stradivarius pasó a manos de sus hijos Omobono y Francesco, y sustituyeron la famosa frase en latín que acuñaba sus instrumentos. La cambiaron por otra que rezaba: “Sotto la Desciplina d’Antonio Stradivarius F. in Cremona”, seguido del año. Desgraciadamente Antonio Stradivari se llevó a la tumba el secreto de la fabricación de los mejores violines de la historia, porque ni siquiera sus hijos fueron capaces de mantener el nivel de calidad de sus instrumentos.
Yo creo que la pregunta de por qué es tan caro un Stradivarius no te la voy a responder del todo hasta que no te responda a otra pregunta… ¿Qué hace especiales a estos instrumentos?. Y la respuesta es sencilla: no se sabe. Hay un cúmulo de aciertos de fabricación y fortuna que los hacen únicos, y nadie sabe exactamente a qué se debe su sonoridad. Antonio Stradivari no dejó fórmulas, planos o recetas que nos permitan reproducir sus violines. Es más, se han hecho miles de copias. Es más, se han intentado clonar con los mismos materiales, las mismas herramientas… y no se ha conseguido un sonido igual.
Uno de los violeros más relevantes de la actualidad, el suizo Michael Rhonheimer, obsesionado con superar la calidad de Antonio Stradivari, en 2009 realizó una serie de investigaciones muy esclarecedoras sobre el origen de la calidad de los Stradivarius. Lo primero que comprobó fue que Stradivari elaboró los primeros violines incluyendo mejoras sobre los moldes y diseños de su maestro, Nicolò Amati, mejoró su geometría y alargó un poco la caja de resonancia. Después Rhonheimer profundizó en la calidad de la madera y por último se fijó en la composición del barniz que usaba Stradivari. Y aquí es donde la cosa se pone interesante, verás.
Stradivari utilizaba las mejores materias primas de la época y no le valía cualquier madera. Para la tapa superior y los laterales de sus violines utilizaba la madera blanda del abeto rojo, mientras que para la tapa inferior empleaba la dureza del arce silvestre. Las maderas las elegía personalmente y era habitual verle pasear por el cercano bosque de Paneveggio, en los Alpes italianos, golpeando los troncos con un palo en busca de la mejor sonoridad.
Estas maderas eran tremendamente densas. Sus anillos eran muy finos debido a las bajas temperaturas y a la cantidad de horas de sol que recibían al año. Por eso al tener pocas vetas tenían una densidad alta que facilitaba la propagación del sonido y hacía que éste fuese más agudo. Pero antes de llegar al taller de Stradivari, una vez talados, aquellos árboles eran transportados por ríos hasta quedar almacenados en la laguna de Venecia. El agua estancada de la laguna semi salada de Venecia favorecía la aparición de unas bacterias que le dan una permeabilidad especial a la madera. Y a esto hay que añadirle un dato que tiene que ver más con la casualidad que con otra cosa.
Justamente en aquellos años, entre 1645 y 1715, el centro de Europa sufrió una pequeña Edad de Hielo. El Sol proporcionó menos calor a la Tierra y cayeron las temperaturas. A este periodo se le conoce como el mínimo de Maunder, en honor al astrónomo que lo descubrió. Este acontecimiento climático hizo que los árboles de Paneveggio redujeran todavía más su crecimiento, fuera más lento, y su densidad fuera increíblemente mayor. Peculiaridad que, como te puedes imaginar, benefició a los instrumentos Stradivarius.
En su estudio Rhonheimer construyó un violín con maderas de Paneveggio. Incluso cultivó un hongo en ellas para simular la permeabilidad de los Stradivarius, pero el resultado no fue el esperado. En medio de su frustración unos laboratorios americanos contactaron con él porque habían desarrollado una aplicación que convertía el sonido en imagen, y al registrar a un violinista tocando un Rhonheimer y un Stradivarius, vieron que la diferencia era abrumadora. Si bien el Rhonheimer era el violín que más se asemejaba al Stradivarius, las imágenes del sonido impregnaban solo el área del violín, mientras que el sonido del Stradivarius lo hacía por el suelo y por las pareces de la sala de grabación. Una pasada. Aunque según muchos expertos, el factor más determinante en la resonancia de los violines Stradivarius es su barniz.
Si tienes un juguete de 3 millones de euros no quieres que nadie lo desmonte para ver cómo está hecho, por eso hasta hace bien poco no se han podido conocer todos los ingredientes del barniz empleado por Antonio Stradivari. Lo primero que llama la atención es que se trata de una formulación única, es decir, que sus vecinos Amati y Guarneri usaban otros componentes que no tenían nada que ver. Pero es que además el grano era tan fino y homogéneo que indicaba que Antonio le había puesto mucho empeño especial a aquel barniz… y cuando le dedicas mucho tiempo a algo es porque sabes que ahí reside tu diferenciación.
Como era una composición tan compleja muchos estudiosos aseguran que Stradivari no podía conocer y tener acceso a todos esos materiales. Por eso creen que no pudo poseer semejante conocimiento. Por eso apuntan a que tenía que encargárselos a un alquimista o boticario. Algo que no es de extrañar porque hacía poco tiempo que Paracelso había abierto las puertas de la alquimia.
Sin lugar a dudas la conservación de los violines dependía de los barnices, estos afectaban también la resonancia. El barniz anaranjado con el que Stradivari ungía sus violines es muy característico y, al tratarse de un objeto de leyenda… también tiene la suya propia. Puesto que el valor de estos violines siempre ha sido altísimo, sus dueños solo se desprendían de ellos cuando morían. Hasta hace poco no se conocían todos sus componentes y se extendió la idea que era un insecticida. Un pesticida que producía a sus dueños una atracción fatal hasta la muerte. También hay quien asegura que su madera procedía de barcos naufragados. O que Stradivari escribió la fórmula de su barniz en una página de la Biblia familiar. Pero fue destruida por uno de sus descendientes para que el secreto no cayera en manos de extraños. Nada que se pueda confirmar.
La única certeza que hay es que los violines Stradivarius suenan mejor cuando tienen más años. Según envejecen la madera es más ligera y muestra unas gritas (que no se sabe si están hechas a posta) que mejoran su resonancia. Y lo más maravilloso es que existe un registro histórico de cada uno de ellos y todos tienen una historia singular.
Por ejemplo tenemos el Lady Blunt… un Stradivarius fabricado en 1721, llamado así porque fue propiedad durante 30 años de Lady Anne Blunt, nieta del famoso poeta Lord Byron. Después tenemos el Duque de Alcántara, fabricado en 1727 y agenciado por un oscuro noble español (del que no he encontrado mucha información). Después fue donado al departamento de música de UCLA en 1960, tras un ensayo se lo dejaron en el techo de un coche y durante 27 años se consideró que el estaba desaparecido hasta que un violinista aficionado se lo encontró en la cuneta de una autopista.
Y por último quiero mencionarte El Mesías. Construido en 1716 y que permaneció en el taller de Stradivari tras su muerte y ha sido tocado muy pocas veces, vamos que está intacto. Recibe este nombre precisamente por la frase que le dedicó el famoso coleccionista de violines Luigi Tarisio: “Este Stradivarius es como el Mesías de los judíos: siempre se le está esperando, pero nunca aparece”.
Mesiánica o no, lo cierto es que Stradivarius es una marca legendaria trufada de un montón de historias y leyendas. Misterios que la convertían en una clara candidata a aparecer por BrandStocker. Las marcas relacionadas con la música suelen estar rodeadas de historias y acontecimientos asombrosos, como los que te conté con la historia de Zildjian. Por eso me gustaría acabar con una de las pocas pistas que nos dejó Antonio Stradivari: “¿Quién pensaría que para construir un violín, primero hay que dibujar dos pentágonos en un círculo?”.
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