Olivetti y el origen de la máquina de escribir
Bs 07x15 · 27min. · 24/03/22
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No recuerdo quién dijo que la nostalgia es invernadero de los recuerdos. Pues uno de los recuerdos que ocupan más espacio en «mi invernadero» es cuando le cogía a mi madre su máquina de escribir. La tenía escondida en su armario y yo la usaba para escribir historias fantásticas. Cómics, aventuras, relatos de terror, juegos de rol, o este mismo podcast… siempre he buscado en la escritura ese éxtasis de crear una historia que le gustase a la gente tanto como a mí.
Recuerdo nítidamente aquellas tardes de invierno en las que no salíamos de casa y me ponía en mi habitación a escribir bajo la luz de uno de esos flexos que todo el mundo tenía en los 80. Recuerdo incluso que pensaba en lo maravilloso que podía ser tener una tecla para borrar, y tener tinta turquesa. –Es mi color favorito–.
Aunque en aquel momento para mí la máquina de escribir era un ingenio tecnológico y adalid de la modernidad, en el siglo XIX ya había máquinas de escribir. La incipiente burocracia hacía cada vez más necesario un sistema ágil y legible de elaboración de documentos escritos. Por eso la máquina de escribir supuso un gran avance en la difusión de la escritura, el trabajo de oficina y las técnicas de impresión.
¡Jo!, es que según te estoy contando me vienen a la mente fogonazos del pasado. Caigo en la cuenta de que en mi guardería daban clases de mecanografía, y los pequeñajos lo veíamos en plan «pues yo de mayor quiero saber escribir a máquina como Jessica Fletcher«... ¡ains!.
La primera patente de una máquina de escribir data de 1714 y su inventor fue el tipógrafo británico Henry Hill. Al principio no eran muy comunes y no se empezaron a vender hasta 1864, gracias al inventor americano Christopher Latham Sholes. A él se le atribuye el uso de cinta entintada y el mecanismo que traslada el golpe de tipografía al papel. Este sistema le llevó a desarrollar el famoso teclado QWERTY.
Si miras el teclado de tu ordenador o incluso el de tu móvil verás que los primeros caracteres que aparecen debajo de la fila numérica corresponden a las letras Q, W, E, R, T, e Y, QWERTY. Estas letras dan nombre a una distribución de teclas diseñada por Sholes. Su propósito principal fue lograr que las personas escribieran más rápido. Para tal fin distribuyó las letras de tal forma que se pudieran usar las dos manos para escribir la mayoría de las palabras. Otra de las aportaciones del teclado QWERTY fue que separaba las letras más usadas de la zona central del teclado para que no se atascaran las máquinas de escribir.
Por lo que sea, en 1873, Sholes le vendió la patente de su máquina por 12.000 dólares a la empresa de armamento Remington. Ésta se encargó de su producción en serie hasta 1886. Curiosamente, aunque ese año Remington vendió su fábrica de máquinas de escribir y las había fabricado solo durante 13 años, aquel ingenio pasó a los anales de la Historia con el nombre de Máquina Remington. Este reconocimiento se debe a que la casa Remington, empezó a organizar, en 1888, concursos de velocidad mecanográfica, lo que llevó a los medios de comunicación a interesarse en las pruebas. El resultado fue que la compañía consiguió una publicidad efectiva y gratuita.
Antes del invento de Sholes, hay constancia de que la primera carta mecanografiada de la historia fue escrita por la condesa Carolina Fantoni, en 1808 (el año que los españoles le dimos pa’l pelo a los franceses). Esto me da pié para contarte una historia de amor preciosa. He encontrado otras que no son descartables, pero esta está bastante bien documentada… y además es muy bonita.
En el año 1808, el inventor toscano Giuseppe Pellegrino Turri se «encariñó» de Carolina Fantoni, una joven condesa italiana que era ciega. Turri quería comunicarse con ella por carta pero para hacerlo, ella tenía que dictar sus sentimientos a alguien. Cegado por el amor (nunca mejor dicho) y receloso porque terceras personas conocieran sus sentimientos, decidió crear un sistema para comunicarse por carta con la condesa.
Durante el desarrollo de su invento, extraordinariamente, Pellegrino Turri tuvo que ingeniar un sistema de teclas impregnadas de carbón que le llevó a descubrir el papel de calco. Si quieres saber cómo acaba esta bonita historia de amor te invito a que leas la novela The Blind Contessa’s New Machine.
A lo largo de su historia la máquinas de escribir ha experimentado muchos avances y modificaciones. Una de las más bizarras fue una máquina de escribir silenciosa que no triunfó porque a la gente le gustaba el ruido de las teclas.
Mucha gente influyó en su evolución. Por ejemplo William Burt en 1829, patentó la primera máquina de escribir de EEUU. Además Burt es un personaje digno de estudio porque fue inventor, científico, soldado, topógrafo, y Masón. De hecho él fue quien trazó las lindes entre los estados de Minnesota y Wisconsin, y fue uno de los fundadores de la Gran Logia Michigan, en la que además fue Venerable Maestro de su tercera Logia.
Después tenemos a François-Pierre Foucault, quien en 1839 diseñó la primera máquina de escribir en braille; Charles Thurber y Oliver T. Eddy que mejoraron algunos elementos a mediados del s. XIX; hasta que llegamos a 1855 para conocer una máquina inspirada en un piano fabricada por Giuseppe Ravizza. Este italiano solo manufacturó 16 unidades pero en 1864 inspiró descaradamente al teclado QWERTY de Sholes.
La Historia de la marca Olivetti comienza a mecanografiarse en la pequeña localidad piamontesa de Ivrea, en el noroeste de Italia. En 1868 nació Camillo Olivetti, hijo de una familia burguesa y judía afincada en Ivrea. Su padre, Salvatore, era comerciante textil en una empresa familiar, mientras que su madre, Elvira, era hija de banqueros. De la línea paterna, Camillo Olivetti heredó el espíritu emprendedor y el amor por el progreso, y de mano de su madre apreció la cultura y el amor por los idiomas (Elvira hablaba cuatro de ellos).
Al finalizar el bachillerato se matriculó en el Real Museo Industrial Italiano y en la Escuela de Aplicación Técnica, donde asistió a los cursos de ingeniería eléctrica impartidos por Galileo Ferraris. Una vez graduado en ingeniería industrial en 1891, Olivetti sintió la necesidad de perfeccionar su inglés y comenzar su vida laboral. Así que se fue durante un año a Londres, a la aventura. Allí consiguió trabajar en la industria eléctrica y también como mecánico.
A su regreso a Turín, se convirtió en asistente de su viejo profesor Ferraris, y en 1893 acompañó a su maestro a EEUU, porque había sido invitado a dar una conferencia en el Congreso Internacional de Electrotecnia de Chicago. Olivetti era su interprete por lo que estuvieron todo el tiempo juntos. Esto le sirvió para visitar los laboratorios Thomas A. Edison en Nueva Jersey y conocer al flamante inventor en persona.
De vuelta en Italia, Olivetti seguía entusiasmado por lo boyante que era la industria americana así que decidió emprender. Lo primero que hizo fue crear una empresa de importación de máquinas de escribir y bicicletas con dos antiguos compañeros de Universidad. Durante esta aventura concibió la idea de fundar una empresa para producir y comercializar aparatos de medición eléctrica. Y así es como nació en Ivrea en 1896 el «Camilo Olivetti & C.».
Los inicios de su actividad industrial no fueron productivos y rápidamente Olivetti entendió que tenía que cambiar su público objetivo, los incipientes laboratorios de investigación de la industria eléctrica. Así que en 1903 trasladó su fábrica a Milán y al año siguiente a Monza. Esta evolución despertó el interés de la filial italiana de su amigo Thomas A. Edison, que se incorporó al accionariado de la empresa junto con un importante banco de inversión.
Pero a Olivetti no le gustaba la dependencia económica que tenía de sus nuevos socios. Tras obtener una negativa después de intentar impulsar la actividad investigadora de la compañía, en 1908, cogió a los mismos 40 empleados que se llevó a Milán y se volvió con ellos a Ivrea para establecer la primera fábrica de máquinas de escribir en Italia.
El primer modelo de máquina, la Olivetti M1 fue diseñado íntegramente, ese mismo 1908, por el propio Camilo Olivetti. Además, poco a poco fue fabricando componentes y perfeccionando sus máquinas gracias a innumerables viajes a EEUU. Pese a ser socialista, Olivetti se sentía muy atraído por el progreso que estaba generando el capitalismo estadounidense, hasta el punto que se definía como «socialista liberal». El interés por todo lo estadounidense le llevó a comprar maquinaria de allí para estudiar su nivel tecnológico y, una vez superado ese análisis, se sintió preparado para iniciar su producción.
Eran los días en los que se celebraba la Exposición Universal de Turín de 1911 y fue un auténtico espaldarazo al reconocimiento de la marca, sobre todo ligado a la Olivetti M1. Aunque, como suele ser habitual, el estallido de la Primera Guerra Mundial fue lo que representó el mayor punto de inflexión de la compañía.
Forzado por la situación militar, Olivetti se vio obligado a meter la cabeza en el mundo de la aeronáutica y empezó a fabricar piezas para los aviones de Reino Unido. Esto le generó unos ingresos descomunales y además le aportó un know-how que no tenían sus competidores.
La postguerra vio a Olivetti producir la M20, una máquina de escribir cada vez más perfeccionada, cuyo éxito permitió a Camillo implementar un proyecto comercial, basado en la atención al cliente a través de sucursales. Esta estrategia le permitió vencer a la competencia internacional (principalmente estadounidense y alemana), y además lo hizo sin entrar en una política de bajada de precios, sino de calidad.
Bajo esta situación de dominio del mercado redobló sus esfuerzos en mejorar lo más valioso que poseía… sus empleados. Una de las iniciativas en las que Camillo y su hijo Adriano Olivetti (1901-1960) innovaron fue ofrecer a los trabajadores servicio de comedor. Después crearon un servicio de guardería hasta los 6 años para los hijos de los empleados. A esto le añadieron actividades culturales, salidas a esquiar, y las primeras colonias de verano italianas, por su puesto, para los hijos de su plantilla. Y por si fuera poco, en 1936, Olivetti se convirtió en la primera empresa italiana que aumentó sus sueldos y el periodo vacacional en una semana.
Pero a los Olivetti no les preocupaban solo las condiciones físicas de sus empleados, las psíquicas también. Por eso adquirieron un sistema suizo, implantado y traducido por el padre del psicoanálisis italiano, Cesare Musatti. Verás que este proceso de selección que interna te va a recordar mucho a lo que hacen actualmente los departamentos de RRHH, porque consistía en buscar el mejor puesto de trabajo a cada empleado según su potencialidad e inquietudes personales. De esta manera todos ganaban: el trabajador se sentía realizado, la empresa producía más, y había más beneficios para repartir.
Hablar de Olivetti es hablar de diseño y por eso es una de las marcas italianas que más ha contribuido a forjar esa asociación histórica con el diseño de calidad que atesora el país transalpino. Y todo empezó con un logo. Un logo conceptualizado por el propio fundador Camillo Olivetti en 1910. Era un diseño de marca sencillo que constaba simplemente de tres letras: “ICO”, las siglas de “Ingegnere Camillo Olivetti”.
Cuando Adriano, el hijo del fundador, se hizo cargo de la empresa en 1938, amplió la producción para incluir equipos eléctricos. Esto trajo un crecimiento muy rápido a la firma y pronto adquirió un estilo y una identidad distintos, que eran únicos en Italia y en el extranjero.
Adriano llamó a los pintores y diseñadores gráficos e industriales más innovadores del momento para que le ayudasen a desarrollar y a organizar la compañía. Y esto pasaba por crear esquemas de organización industrial y definir una identidad corporativa. Para que te hagas una idea fue un proceso muy parecido al que vivió la marca AEG y que te conté en el episodio que le dediqué a Peter Behrens y el origen del branding.
Entre los que respondieron al llamamiento de Adriano Olivetti estaban el pintor Schawinski, los diseñadores industriales Persico y Nizzoli, los arquitectos Figini y Pollini, y los diseñadores gráficos Munari y Veronesi… en definitiva: los mejores diseñadores transalpinos de la época.
Curiosamente el único que no era Italiano de todos los que te he citado, pero casi (porque era Suizo), fue Xanti Schawinsky. Schawinsky se había formado en la Bauhaus y era colaborador del estudio Boggeri, por eso fue elegido para rediseñar por primera vez el logotipo de Olivetti en 1934. Su diseño se inspiró en las serifas de los caracteres de las máquinas de escribir Olivetti, y rompió con el lettering de toque floral creado por Camillo Olivetti. Además Schawinsky fue pionero en hacer algo bastante rompedor para la época y se trataba de poner todas las letras del logotipo en caja baja.
En 1947 el logotipo sufrió cambios por parte de Marcello Nizzoli, quien amplió el kerning (espacio entre letras) y eliminó las serifas. Y también fue el responsable creativo del restyling que sufrió la marca Olivetti en 1954. Éste diseño fue conocido familiarmente como la “espiral griega” y sirvió de inspiración a Giovanni Pintori, en 1960. Ese año diseñó el logo de Olivetti con unas letras etruscas, negras y customizadas.
Pero en honor a la verdad, el mejor ejercicio del diseño de la marca Olivetti no llegó hasta 1971, cuando apareció otro logotipo creado por el diseñador suizo Walter Ballmer. Esencialmente, lo que lo hacía diferente era que tenía bastante solidez sin ser duro y un dinamismo muy armonioso sin ser 100% geométrico. De hecho el único carácter nítido que tenía era la letra “v”. Mientras que los puntos de las letras “i” tenían las esquinas redondeadas para recordar a las teclas de las máquinas de escribir.
Era un logotipo construido todo en minúsculas, que tenía todas sus ascendentes alineadas, y además se formulaba cromáticamente con el mítico Pantone Process Blue o Negro, en función de la aplicación. Además aquellos ángulos redondeados, cuando se representaban en tipos gruesos, también sugerían una fuerza sosegada y tranquila. Vamos, que Ballmer fue quien le dio a Olivetti la estética actual, y la que más ha perdurado en el tiempo.
Por último, en abril de 2021, la marca de Ivrea evolucionó la identidad visual de Ballmer e introdujo una nueva paleta cromática con los colores de la bandera de Italia. Se empezó a usar la “O” en verde como símbolo, y se acompañó del logotipo “olivetti” en rojo. El proyecto fue ejecutado por la consultora estratégica de marca de TIM Group’s y tuvo bastantes críticas negativas.
Antes de acabar tengo que elogiar el interés que ha mostrado Olivetti históricamente por el diseño en general y la comunicación visual en particular. Mención especial al uso del branding como palanca para implantar su filosofía de marca de manera transversal entre sus stakeholders. Y por no hablar del legado de diseño gráfico que nos ha dejado.
Por eso no es de extrañar que el propio Adriano Olivetti considerara la marca como un elemento central del complejo sistema de identidad corporativa. Incluso ha inspirado a gigantes de renombre mundial como Apple.
Branding rules!
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de Carey Wallace
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